Amarillo, claro, como caldo de conserva,
en ese vaso.
Solitario, sobre un teléfono,
resto de una noche de juerga,
martini, con limón, diría yo.
Ese vaso de litro,
que de joven cogía con dos manos,
y bebía de trago, de noche en noche,
sin respirar.
Allí estaba después del fin de semana,
la litrona solitaria
que no fue terminada,
por el poder del sueño
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